Su abuela nunca aprendió a hablar español y ella estudia actualmente un doctorado en Holanda. La historia de Tania Martínez es un espejo de los cambios y movimientos del mundo a través de las últimas dos generaciones.
Crecer en el campo cultivó en ella una pasión por la agricultura y la naturaleza, la cual se convirtió en el motor de su vocación científica. De origen mixe, Tania es la primera mujer indígena de México en estudiar un posgrado en el extranjero. Su sueño es desarrollar nuevas tecnologías para el campo una vez que termine sus estudios en la Universidad de Wageningen.
Tania Martínez Cruz proviene de la tierra de los “Ayuuk ja’ay”, los “jamás conquistados”. Así se hacen llamar los orgullosos indígenas mixes en las montañas de Oaxaca. Esta ingeniera agrónoma es la primera de su pueblo en ganarse la prestigiosa beca Fulbright y llegó a Holanda para estudiar en un programa de posgrado.
Antes de dejar México su abuela le regaló un rebozo tradicional para que llevara la voz de los mixes a la gente que no los conoce. Experta en agricultura, Tania cuenta la importancia de hacer espacio a las tradiciones ancestrales de siembra de maíz dentro del desarrollo tecnológico.
Son las cinco de la mañana y algunos niños de la Sierra de Oaxaca ya están sembrando en el campo. Otros caminan dos horas para llegar a una escuela que no tiene luz, ni agua. En los mejores casos los jóvenes que lograron terminar la primaria y la secundaria, salen de sus comunidades para seguir con su educación en la ciudad.
Esta es la escena de muchos infantes del país y es la realidad de Tamazulapam del Espíritu Santo, municipio mixe, de la Sierra Norte de Oaxaca.
Entidad que según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social tiene el mayor rezago educativo del país. Ahí el 60% de la población vive en situación de pobreza y más del 40 % de los jóvenes de 15 años en adelante no concluyeron su educación básica.
Tania Eulalia Martínez Cruz es una indígena mixe que nació en Tamazulapam, pero su infancia la vivió viajando entre las montañas de un pueblo a otro, porque sus padres trabajaban como maestros interculturales y daban clases en comunidades sin carreteras, sin electricidad y sin servicios de salud.
Como los padres de Tania eran docentes, a diferencia de otros niños de la Sierra, la educación siempre estuvo presente en su vida, sus regalos no eran juguetes sino libros en mixe o en español.
A sus 30 años, Tania está estudiando su doctorado en Holanda. Su abuela Eulalia, de quien se “siente muy orgullosa, fue quien la trajo al mundo. Era la partera y chamana de la comunidad. Tania recuerda que le dijo, “naciste con los pies y por eso te fuiste corriendo”.
A los cinco años, Tania se mudó con su familia a la Ciudad de México. Los cantos de las aves se convirtieron en el ruido citadino y el paisaje montañoso se transformó en construcciones grises. “Extrañaba las bandas de viento, tan características de la región, añoraba mi tierra, dice.
En la primaria Tania se enfrentó a la discriminación, pues hablar español se le dificultaba y sus compañeros le decían “india”. Esto no la detuvo, su padre siempre le dijo que era igual de valerosa que cualquier otro niño. Cuatro años después, regresó a Tamazulapan para concluir su primaria; pasaba la mayoría del tiempo con su abuela, quien sólo le hablaba en mixe.
Al concluir la secundaria en su pueblo, la joven quería cursar la preparatoria en la ciudad de Oaxaca, pues no había en su comunidad.
Además, la dinámica familiar era complicada. “Mi papá tenía problemas de alcoholismo y no quería apoyarme económicamente”. Tania dice se debe hablar de estos temas, “en silencio no resolvemos nada, debemos alzar la voz”. De acuerdo con cifras del Inegi, en México 47 de cada 100 mujeres han sufrido violencia por parte de su pareja, número que aumenta en comunidades indígenas.
Una amiga la invitó a presentar el examen de admisión a la Universidad Autónoma de Chapingo y postuló para una beca económica. Eulalia a sus 14 años, harta de la violencia, partió a la Ciudad de México.
“Fue una decisión que cambió mi vida”, seguí el consejo de mi hermana, “vete para que seas feliz”. Así con el apoyo de su madre, la mixe cursó la Licenciatura en Riego. Su padre abandonó su casa temporalmente y Tania dependía totalmente del sostén de su madre.
Cuando Tania estaba por terminar la licenciatura comenzó a trabajar en la industria privada. Sin embargo éste no era su sueño, abandonó su empleo y como no tenía dinero para seguir estudiando decidió competir por una beca Fullbright-García Robles en la Comisión México-Estados Unidos para hacer una maestría en Estados Unidos.
Para concursar debía presentar varios exámenes y aprobar el examen de inglés, idioma que no dominaba. Eulalia vivía en un cuarto cerca de Texcoco sin internet, una de sus profesoras la dejaba trabajar en su oficina. Para aprender también iba a la biblioteca Benjamín Franklin ubicada en el centro de la CDMX donde pasaba sus tardes preparándose. Aunque no residía en la Ciudad de México, el bibliotecario le dio una membresía para sacar libros.
Se acercaba el cierre de la convocatoria y su comprobante de inglés no llegaba. Mandó un correo para que extendieran el tiempo de la convocatoria y le negaron su petición. Cuando parecía no tener solución, una buena noticia llegó; una nueva coordinadora del programa aceptó su solicitud. Así Tania se convirtió en la primera mujer indígena mexicana en recibir dicha beca. Hasta este sexenio, Conacyt abrió un Programa de Fortalecimiento Académico para Comunidades Indígenas; en la última convocatoria dieron 395 apoyos complementarios para mujeres indígenas.
Gracias a la participación de la joven mixe crearon un taller especial para estudiantes indígenas. Pues muchos provienen de contextos que no les permiten potenciar sus habilidades y acceder a posgrados. En su entrevista le preguntaron, “¿cómo vas a mejorar tu inglés? y Eulalia respondió, “será como con el mixe, si no lo practico se me olvida, pero si lo hablo puedo dominarlo”.
Después de los tropiezos, la oaxaqueña comenzó su maestría en Ingeniería Agrícola y biosistemas. Trabajaba desde las seis de la mañana hasta la noche. En el laboratorio donde hacía su estancia en Arizona conoció a mexicanos-americanos migrantes de Sonora. Los agricultores le contaron que con la apertura del Tratado de Libre Comercio tuvieron que cerrar sus granjas. Con nostalgia narraban los retos que enfrentaron como campesinos. Durante su estancia en esta universidad, Tania escribió un artículo sobre estrés hídrico en sorgo dulce para producir bioetanol, un producto químico que mezclado con gasolina puede producir un biocombustible que genera menos contaminación. A este escrito le otorgaron un premio y Tania fue a Tailandia a compartir sus experiencias.
Eulalia regresó a México al concluir la maestría y se integró como consultora en el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT). Ahí tuvo oportunidad de conocer las diferentes realidades del campo mexicano y decidió que su andar académico debía seguir en las Ciencias Sociales.
Como oaxaqueña, Tania busca proteger el maíz nativo, base de la alimentación mexicana. Eulalia aprendió a sembrar la milpa con su abuela, quien además de ser la partera de su comunidad sabía leer el maíz. “Para mí, mi abuela y muchas familias y pueblos, el maíz va más allá de ser una semilla o una tecnología, el sentido que tiene en nuestras vidas es social y cultural”. México es centro de origen y domesticación de este grano y se tienen documentadas 60 variedades de maíz nativo.
La abuelita de Tania le enseñó a sembrar la milpa, un sistema que a diferencia de los monocultivos de maíz, introducidos con las nuevas tecnologías, permite la siembra de la calabaza, el frijol, el chile y el tomatillo. Para muchas familias y para la de Tania Eulalia, representa ya no ir al mercado a comprar estas hortalizas y poder obtener ganancias extras si hay un sobrante.
Eulalia explica que las nuevas tecnologías no sólo cambian la forma en que se producen los alimentos, también la vida de los agricultores. Tania explica que la opinión de los campesinos no se toma en cuenta al implementarlas; “por ejemplo, en muchos pueblos indígenas el gobierno entrega teléfonos celulares, computadoras y tablets a niños que no tienen acceso a internet, ni luz eléctrica en casa.
Al ser el campo su forma de vida y área de trabajo, Eulalia concluye que en México se le debe dedicar mayor financiamiento a la investigación agrícola y prestar mayor atención a la agricultura campesina dentro de las políticas públicas ya que históricamente ha sido poco apoyada.
Desde la década de los 80 el Estado abandonó al campo, programas estatales como Conasupo, Inmecafe, Albamex y Tabamex, fueron desmantelados, de acuerdo con el doctor en antropología Guillermo Castillo. Aunado a esto se redujeron los apoyos económicos a los pequeños productores. La reforma del artículo 27 durante el sexenio de Salinas de Gortari frenó el reparto agrario y dio la posibilidad de privatizar terrenos comunales y ejidales. Actualmente, según datos del Inegi la tercera parte de los trabajadores agrícolas no obtienen ninguna remuneración económica por su trabajo y quienes sí, ganan $18.50 por hora.
A finales de 2013, Tania fue aceptada en el Posgrado de Conocimiento, Tecnología e Innovación en la Universidad de Wageningen en los Países Bajos; y hoy hace el doctorado becada, por una iniciativa entre el CIESAS-Conacyt. “Sin las becas que he obtenido, no habría llegado a donde estoy”. Por ello, una de sus mayores preocupaciones es el recorte presupuestal a la ciencia.
“Creo en la inversión en la educación pública como medio para transformar nuestras realidades”. Menciona que debe haber más mecanismos para que el talento formado fuera de México se incorpore a nuestro país, “hay mucha gente que quiere volver pero no hay espacios para hacerlo, como mexicanos invertimos en la formación de talentos y deberíamos aprovecharlos también”. Datos del Informe Oficial del área de Planeación de Ciencia del Conacyt afirma que México sólo conserva el 1% de los investigadores mexicanos formados en el exterior.
Este año el recorte presupuestal a la Ciencia fue de más de 7 millones de pesos, este dinero podría financiar por diez años todas las convocatorias para ciencia básica que emite el Centro Nacional para la Ciencia y Tecnología.
Cuando Tania le dijo a su abuela que iría a Holanda, se preocupó mucho, le inquietaba si su nieta tendría qué comer o cómo era ese lugar. La joven oaxaqueña regresó a su pueblo a despedirse y con sorpresa descubrió que su abuelita ya sabía cómo era su próximo destino. Su abuela le dijo, “ya sé cómo es y sé que vas a estar bien. Dicen que es un lugar frío donde vive mucha gente blanca y alta. No hablan como nosotros, no hay maíz; pero comen mucho pan y mucha papa”.
En la despedida, la abuela de Eulalia le preguntó a su nieta cuánto tiempo tardaría y le dijo que ella esperaría un año, “ya estoy muy cansadita”. La invitó a su cuarto, abrió una caja con dos rebozos y los puso en la cama. “Quiero que te lleves un rebozo mío para que no te olvides de nosotros, quién eres, de dónde vienes. Cuéntales a los de allá cómo vivimos aquí”. Tania aceptó con emoción el obsequio, sus sentimientos estaban atravesados por la confusión entre el júbilo y la tristeza.
Eulalia sueña con volver a México pues cuando nació su “ombliguito” fue enterrado en Tamazulapam. Enterrar el ombligo es una tradición de origen prehispánica, práctica que reafirma la conexión del individuo con sus raíces culturales. Su abuelita solía decirle “es el lugar donde perteneces realmente y debes volver”.