Durante la guerra de Independencia a María Catalina Gómez de Larrondo, célebre por su intervención a favor de los insurgentes, se le reconoce el mérito de haber sorprendido y atacado a un destacamento del ejército realista español que viniendo de la capital del virreinato con un cargamento de oro y plata para pagar al ejército realista, es capturado por esta valiente mujer con la ayuda de un reducido número de personas vecinas del lugar.
Más tarde ella se pone en contacto con don Miguel Hidalgo y le informa del acontecimiento, poniendo de inmediato a la disposición del Padre de la Patria, a los españoles prisioneros de guerra.
Don Miguel llega a la ciudad el 13 de octubre de 1810 para agradecer a la heroína su colaboración y reestructurar su ejército que se dirigía a la ciudad de México.
Días más tarde, el 22 de octubre, en el Monasterio de San Francisco de la propia localidad, los demás líderes del movimiento independentista le darían al Cura Hidalgo el grado de Generalísimo de las Américas, poniendo en sus manos toda la responsabilidad militar.
Doña María Catalina Gómez de Larrondo nació en la villa de Acámbaro, Guanajuato en 1778, se casó con Juan Bautista Larrondo con quién se dedicó al comercio y al cuidado de la hacienda de nombre San Antonio, ubicada a cuatro kilómetros al sur de la localidad acambarense.
El matrimonio Larrondo-Gómez vivió tanto en la hacienda de San Antonio como en Acámbaro en la casa que se localiza en la esquina de lo que actualmente es la avenida Juárez y Pino Suárez, antes denominada de los “Campos Elíseos”, frente a la iglesia de San Francisco de Asís. Hoy en día, la casa de doña Catalina tiene el número 78 de la calle de Pino Suárez.
Fue en las visitas de los años previos a 1810 cuando el cura del pueblo de los Dolores, Intendencia de Guanajuato, fortaleció y selló sus lazos de amistad y lealtad con el matrimonio acambarense de los señores Larrondo.
El esposo de doña María Catalina Gómez, el señor Juan Bautista Larrondo, un militar realista –es decir, un miembro del ejército del rey español que combatió a los insurgentes-, se incorporó voluntariamente a la lucha libertaria en 1810.
El 7 de octubre de 1810, después del mediodía, María Catalina acompañada de su cajero y algunos peones armados con hondas, palos, instrumentos de labranza y cuchillos, reclutados en su hacienda de San Antonio, salieron a las orillas de Acámbaro (rumbo a Zinapécuaro, Michoacán) e interceptaron las tres carrozas que venían de la Ciudad de México con destino a Valladolid (hoy Morelia).
Fue el 3 de octubre de 1810 cuando salió de la ciudad de México una comitiva de autoridades realistas, integrada por Manuel Merino y Moreno, intendente de Michoacán; Diego García Conde, Comandante de Armas de la misma provincia, y Diego Rul, conde de la casa Rul y dueño de obrajes en Acámbaro, con la misión de llegar a Valladolid con la misión de incorporarse al frente de sus respectivos regimientos militares y detener a los insurgentes que trataban de ocupar esa plaza que hoy es Morelia.
De las tres autoridades realistas, la presencia de Diego Rul era la más notoria para la región de Acámbaro. Este connotado personaje aportó dinero para el equipamiento de la milicia de la intendencia de Guanajuato, posterior a 1786, así como para la formación del regimiento de Valladolid.
Por este tipo de apoyo a la Corona Española recibió el grado de coronel. Junto con Antonio Pérez Gálvez, un prominente minero, también ayudó a financiar el Regimiento de Caballería del Príncipe y al Batallón de Guanajuato.
Con la creación de un ejército en la Nueva España, los Borbones pretendían centralizar el control político y social en beneficio de la Corona. Diego Rul tenía una marcada simpatía con las milicias de Guanajuato y junto con Pérez Gálvez, “se unieron al Ejército como militares de alto rango para combatir a los Insurgentes”.
La instrucción de detener en el Bajío a los insurgentes con don Miguel Hidalgo al frente, la dio don Francisco Javier Venegas de Saavedra, nombrado el 25 de agosto de 1810 como virrey de la Nueva España. La comitiva de los realistas que iba con rumbo a Valladolid pasaría por Acámbaro el 7 de octubre.
La víspera, doña Catalina Gómez de Larrondo se enteró que las autoridades españolas provenían de México e iban, en efecto, “con destino a Valladolid”, debiendo cruzar por el pueblo al mediodía o por la tarde del 7. El mismo día 6, “la noticia se supo por un correo que la llevaba a Michoacán y que había sido interceptado”.
Gracias a la detención del correo y dada la importancia del hecho, doña María Catalina decidió intervenir para capturar a los realistas.
Con ese propósito y dado que “don Juan B Carrasco se había llevado hacía poco tiempo a los mejores elementos guerreros y armas de fuego que había disponibles en Acámbaro”, la señora Gómez de Larrondo organizó en la hacienda de San Antonio a un grupo de unos 500 hombres para que salieran al encuentro de la comitiva realista, entre quienes tenía a su cajero y a un torero, de nombre José Manuel Luna.
Eran 200 hombres de a caballo y 300 de a pie. Las autoridades realistas provenían a México por la ruta de Apeo y Maravatío, llevando consigo un cargamento de oro y plata.
Se dice que el dinero era para pagar el sueldo a los miembros del ejército realista que estaban asignados a la defensa militar a la plaza de Valladolid.
Al terminar la lucha y capturar a los españoles, las carrozas de Diego Rul, Manuel Merino y Diego García fueron llevadas a Acámbaro y confiscado el cargamento de oro y plata que llevaban.
Doña Catalina evitó que sus exaltados seguidores mataran a los realistas, cuyo arribo a la localidad fue a las 5 de la tarde. Rul, Merino y García resultaron heridos durante la pelea debido a la resistencia que opusieron.
Ya en Acámbaro fueron alojados en un mesón con estrecha vigilancia. Y mediante un gesto humanitario de doña María Catalina, se permitió que un cirujano atendiera a los realistas para curarlos de las heridas.
Manuel Merino era el más grave de todos y fue necesario confesarlo. Rul sufría de una herida con cuchillo. Durante el tiempo que estuvieron recluidos en el mesón, el pueblo pidió las cabezas de los gachupines.
Por la noche del mismo día 7 de octubre de 1810, alrededor de las once, los prisioneros fueron enviados a Celaya. Bien pudieron dejarlos en Acámbaro hasta alguna nueva disposición, pero el pueblo insistía en pedir sus cabezas y doña María Catalina Gómez para evitar su linchamiento o crimen los envió a Celaya.
En esa localidad estaba un grupo de Insurgentes, los detenidos y su escolta llegaron al día siguiente a la una de la tarde. En Celaya fue necesario atender nuevamente a los prisioneros. Manuel Merino seguía grave. Finalmente quedaría a salvo.
De Celaya fueron trasladados el día 9 a San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende) con Juan Aldama, quién era Mariscal de Campo. Llegaron a las seis de la tarde, pero una vez más, Aldama los regresó con él a Celaya.
En un solo día en Acámbaro doña Catalina Gómez salvó en dos ocasiones la vida de los realistas capturados en la cañada de Jaripeo y el Moral. Todo el hecho indica que entre los seguidores de don Miguel Hidalgo si había personas con razón y sentido común que luchaban por un ideal y no por venganza.
María Catalina escribió la siguiente carta a Hidalgo: «Habiendo sabido que pasaban por este pueblo tres coches con europeos con destino a Valladolid, hice que mi cajero auxiliado con algunos sujetos saliese a aprehenderlos; suponiendo que de este modo servía a vuestra excelencia, y cooperaba a sus ideas. Se logró en efecto la acción prendiendo al conde de Casa Rul, intendente del expresado Valladolid y al teniente coronel de Dragones de México, pero con tanta ventaja que para nuestra parte no se derramó una gota de sangre y para la de ellos todos quedaron gravemente heridos. Yo quedó gloriosamente satisfecha de haber manifestado mi patriotismo y deseosa de acreditar a vuestra excelencia los sentimientos de amor y respeto que tengo a su persona. Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Acámbaro octubre 7 de 1810».
Posteriormente en el desastre de San Jerónimo Aculco, los prisioneros lograron fugarse e incorporarse al ejército realista de Calleja, vencedor de esa batalla. Más tarde fue apresada y trasladada a la Ciudad de México, por el teniente de Dragones de España Domingo Savanego, en donde estuvo prisionera por algún tiempo. El virrey Francisco Javier Venegas comunicó al general García Dávila con fecha 22 de enero de 1811, que se atendiera en lo prevenido en las leyes el caso de María Catalina Gómez.