Tras conocer la “historia de terror” de sus primeros años escolares, doña Concepción Lombardo, enfoca sus recuerdos en la no menos terrífica narración de las vicisitudes de su padre en prisión, tras la caída del Gobierno de Antonio López de Santa Anna en diciembre de 1844.
Continúa así la crónica de la ex “Primera Dama” de México dentro de nuestra serie “Mujeres Destacables”, dando fin al capítulo I acerca de sus memorias, entregaremos dichas historias en capítulos íntegros, respetando la ortografía y redacción del documento original.
Lo llevaron a un local que era la antigüa Inquisición y que servía como prición política. Apenas yo supe que mi padre estaba prisionero comensé a rogar a mi madre que. me llevase a verlo. Desgraciadamente ella no podía entrar a la prición estando el preso incomunicado pero yo me di tales trasas y mis instancias fueron tales que conseguí el que mi madre me mandase a la prición con el criado que llevava la comida a mi padre.
En la puerta de la prición estaba un oficial de guardia, que al ver al criado le preguntó para quién era la comida, lo que me hace creer que no era mi padre el solo preso que había allí. El criado contestó, “para el Sr. Lombardo” entonces el oficial levantó una servilleta que cubría la canasta con la comida y rejistró minuciosamente lo que había adentro. Luego se volvió al criado y le dijo “pasa, la niña se queda aquí.” Cuando yo oí esta sentencia me heché a llorar y le dije al Oficial, “Señor, se lo ruego a U. déjeme ir a dar un beso a mi papá”. Es probable que estas lágrimas enternecieran el oficial el cual me tomó de la mano y me llevó hasta la puerta del cuarto que ocupaba mi padre. Antes de entrar allí, me rejistró bien las bolsas de mi vestido, me quitó el chal que me cubría, y cuando se convenció que nada escondía yo, abrió la puerta y dijo al centinela de vista que cuidaba de mi padre, “Puede pasar”.
En un segundo me encontré en un inmenso Salón que al menos tenía 12 o 13 metros de largo, le daba lus tres ventanas tan altas que casi llegaban al techo, ningún mueble adornaba aquel gran Salón fuera de una cama que estaba en el fondo, una mesa y un sílloncito de cuero en el cual estaba sentado mi padre. Apenas lo vi heché a correr y me arrojé en sus brasas las lágrimas me ahogaban, él me llenó de besos, me preguntó mil cosas a las cuales no le pude contestar, porque la impresión que sentí de ver al pricionero fue tan grande, que me fue imposible pronunciar una palabra.
El año 1846 fue funesto para mi patria, el Gobierno de los Estados Unidos comensó sus ostilidades contra México y los ánimos estaban tan exaltados que no se hablaba de otra cosa que de fusiles, de cañones y de guerra.
Nosotras seguíamos nuestra vida ordinaria y poco o nada nos ocupábamos de los acontesímientos políticos.
En esa época venía con nosotras a la amiga, una joven de catarse años que su madre la confiaba al cuidado de nuestras criadas antiguas que nos conducían allí:
Esa joven pertenecía a una de las principales familias de México y eran gran amigos de casa sus padres y hermanos.
La figura de la joven era bella, de estatura mediana, tes morena, ojos negros que llamaban la atención por su hermosura, negra y rica cabellera que caía sobre sus espaldas en dos gruesas trenzas, y un conjunto de tipo griego en su fisonomía que no era común en nuestro país.
La instrucción que recibía era poco más o menos como la nuestra, aunque en su casa tenía maestros de música y francés. Pero su gran plazer era leer nobelas, y había o iva formando su vida en el molde de las heroínas que más le agradaban. Tenía un novio que la había pedido dos o tres veses pero que justamente los padres de la joven se la habían negado.
Una mañana a las ocho, como de costumbre, acompañadas de la nana Dolores [1] (que era la de más confianza de mi madre) nos pusimos en camino para la amiga; habríamos andado diez minutos, cuando al pasar por una barbería en cuya puerta se encontraba un coche de camino con cuatro mulas [2] salieron de la puerta de la barbería cuatro hombres que poniéndonos mordaza en la boca y pistolas al pecho a·mí, a mis hermanas y a nana Dolores, nos arrebataron a la joven que venía con nosotras. Ella perdió el sentido y dos de los raptores (de los cuales uno era el novio) la cargaron, la metieron dentro del coche y entrando ellos serraron la portezuela. Los otros dos hombres montaron en el pescante y hecharon a galopar las mulas.
El otro hombre que entró en el toche amigo del novio y que principalmente lo ayudó al rapto era Eugenio Chavero. [3]
Cuando vimos desaparecer el coche, corrimos como locas a casa y al lector dejo pensar la sorpresa y desesperación de sus padres. Se puso luego en mobimiento la policía y esa misma tarde descubrieron. a los enamorados en una axesoria [4] a las orillas de la Capital. Estaban también allí un Sacerdote y dos amigos del novio que debían servir de testigos para el matrimonio que ivan a efectuar. La policía llegó a tiempo para impedirlo.
A la joven se la llevaron depositada a casa de sus tías y al raptor lo metieron en la cárcel con sus amigos.
Se le formó causa al raptor y yo me hise una gloria de ir, a mi edad, a dar mi declaración al Juez.
A los tres días del rapto de aquella joven, hubo en México más terremotos.
Fueron éstos benéficos a la familia de la joven robada, pues el público tubo otra cosa de qué ocuparse y se calmaron las hablillas de la sociedad.
Yo seguía yendo a la amiga y allí me encontraba, cuando a las diez de la mañana se sintió el primer temblor. Fue tan violento el mobimiento, que algunas de las niñas que estaban en pie perdieron el equilibrio y calleron al suelo. Los trastos de la cocina que estaban en un Tinagero [5] fueron rodando al suelo, las puertas se balanceaban con violencia y los techos rechinaban como si se fueran a desplomar. Todas las maestras, así como las niñas perdieron la cabeza y entre los gritos y los rezos, parecía aquello el juicio final.
Sólo yo concerbé mi sangre fría y viendo que se me presentaba una brillante ocación para salir de allí; librarme de las maestras, conquistar mi libertad e irme de la amiga, tomé de la mano a mi hermana Mercedes, y sin temor de lo que nos podría suseder, heché a correr hasta mi casa.
Era tanto el odio que yo tenía a aquellas maestras, que cualquier peligro hubiera yo afrontado por no verlas.
Me recuerdo que andaba yo preguntando a todo el mundo ¿cuál era d Santo más milagroso del Cielo? Una señora me dijo que San Antonio. Desde ese día me dediqué a resarle, y a pedirle ¿qué cosa? ¡que se murieran todas las maestras! No sé si mis ruegos llegaron al cielo, lo cierto es, que pocos días después de los temblores (tal ves del susto) se enfermó y murió tía Pepita, la vieja que ejecutaba las sentencias. En los nueve días de luto [6] estubo serrada la amiga y yo en mis glorias jugando en mi casa, y dándole gracias a S. Antonio del primer favor que me había hecho.
Cuando volví a la amiga, me encontré a las maestras de lo más ocupadas. Habían hecho en los cuartos de tía Pepita una especie de almoneda de todos los objetos pertenecientes a la difunta.
Las maestras (que estaban algo mansas) nos hacían entrar, y nos proponían la compra de aquellos objetos.
Apenas yo entré allí, me llamó la atención una pequeña estatua de marfil en su nicho [7] de cristales que representaba San Antonio ¡Mi Santo protector!, el que me acababa de hacer un eminente milagro ¿c6mo podía yo dejarlo escapar? luego traté la compra, pedían por él 12 reales, precio para mí fuertísimo, pues sólo recibía yo por semana dos reales que me daba mi padre, y la mayor parte del tiempo ya los debía cuando los recibía. Sin embargo, propuse pagarlo en abonos, es decir, dar 2 reales cada semana; mi proposición fue aceptada, y así me llevé a mi Santo triunfante de mi adquisición.
La primera semana pagué mi abono religiosamente con lo que me dio mi padre, pero la segunda semana me encontré sin dinero, y como esta circunstancia aumentaba mi terror de la amiga, pues no podía satisfacer mi abono a las maestras, resolví vender a San Antonio; encontré comprador pero ¡Ay de mí! Sólo me daba 2 reales por el Santo! yo lo hendí, y pagué mi segundo abono; no me puedo acordar lo que hise para pagar el resto de mi deuda. De lo que sí me acuerdo, es que más de una vez he hecho el negocio de S. Antonio. Los terremotos continuaron en todo aquel mes, y fueron tan fuertes que derribaron la cúpula de la iglesia del Sr. de Sta. Teresa. En algunas casas se abrieron grandes cuarteaduras en las paredes y había barrios de la ciudad por donde no se podía pasar porque amenazaban ruina.
La gente estaba aterrorizada y una gran parte de la población se salió de la ciudad y se fue a acampar en los potreros [8] que la circundan.
Mi madre desidió que nos fuéramos al jardín de Tolsá adonde había una vivienda baja y bien construida, y adonde si las circunstancias lo permitían podríamos poner tiendas de campar y dormir fuera de la casa.
¡Qué terrores pasamos allí! los terremotos se suxedían, el pánico era general, por las noches oíamos los ruidos subterráneos de la tierra que parecían bramidos de tigres y leones y cada instante pensábamos que la capital iva a desaparecer.
Mi abuela y mis tías, así como algunas amigas de mi madre se fueron allí con nosotras. La abitación del jardín era pequeña, y para colocar en ella a todos fue preciso poner colchones en el suelo, y otros sobre la mesa de billar. La familia del administrador, que se componía de un viejo llamado D. Juan, su muger mucho más joven que él y tres hijas de las cuales las dos mayores, María y Soledad, eran bastante bonitas. Está. última era de la edad de mi hermana Angela, y siempre estaba con ella.
Una noche en que estábamos todas poseídas de terror por los sacudimientos de la tierra, se oyeron fuertes golpes en la puerta del jardín, el guardián o portero del jardín, vino a decir a mis padres que en la puerta se encontraban más de quince personas que pedían ospitalidad, el primer momento fue de negativa, temiendo mis padres que fuera gente mala, pero triunfó la caridad y se abrió la puerta a aquellas gentes.
Mi padre fue a ver quiénes eran y su sorpresa fue grande al encontrarse que nuestros huéspedes eran los principales artistas del Teatro Principal. María Cañete: [9] Soledad Cordero, Nata, Antonio Castro! [10] y otros que no recuerdo.
Castro, era el que los acáudillaba y él fue el que obtubo de mi padre el permiso de acamparse en el jardín. Se puso a su disposición un vasto senador y una parte del jardín.
Yo no dormía y cuando oí cosa de cómicos, con aquella mi pación por el teatro, no serré los ojos en toda la noche, esperando con ancia la luz para ir a ver a todos aquellos personajes de mis sueños dorados.
Apenas me levanté, corrí al cenador y luego que ellos me vieron me llamaron y se luchaban para hacerme caricias; ¡yo! acariciada por aquellos seres ideales, por aquellos hombres que más de una vez me habían deslumbrado con sus trajes, y de una ves me habían hecho reír y llorar.
Mis tías eran gente alegre, y a los pocos días de estar allí, aquellos cómicos ya les hablaban con cierta confianza, y los hacían entrar a nuestras avitaciones. Castro nos divertía con sus grasejadas, y con frecuencia improvisaban trosos de comedia que nos hacían pasar agradablemente la noche.
Castro fue el que se tomó más libertades, y si mal no me acuerdo, comensó a cortejar a Soledad, la hija del administrador. Ignoro si ella le correspondió. pero jusgo que no, porque nunca quería pasear sola por el jardín.
Una noche que había una luna muy hermosa, mi hermana Angela tomó consigo a Soledad y se fueron juntas a pasear por el jardín. Apenas se habían introducido en una de sus avenidas, cubierta de árboles, vieron venir asia ellas un espectro, que con la cara de una calavera las llamaba con gritos desconcertados. La fuga fue lo primero que les ocurrió, corriendo como locas asia atrás para librarse de aquella fantasma. Soledad se privó y cayó en tierra sin conosimiento, mi hermana Angela dio un traspiés y cay6 con tal fuerza en el suelo que se hiso varias heridas graves en la cabesa. Los gritos de las dos muchachas llegaron a oídos de los criados que corrieron a ver lo que susedía, y se encontraron con las dos tiradas en el suelo y en un estado deplorable. Soledad privada de sentido, Angela bañada en un mar de sangre. Cuando se supo la causa de esta desgracia, lo primero que les ocurrió a mis padres fue buscar al culpable y no tardaron en saber que el autor de esa grosera farsa, había sido el cómico Antonio Castro. Esto dio lugar a que al día siguiente fuera expulsada la compañía del jardín.
Las heridas de mi hermana reclamaban un cirujano, los temblores cesaban, los negocios de mi padre lo reclamaban, así dejamos el jardín y nos volvimos a casa.
El 18 de abril de 1847 perdió el General Santa-Anna la batalla de Cerro Gordo, quedando triunfante el Gral. Americano Winfield Scott, que el 9 de Marzo de ese mismo año, había desembarcado con catorce mil hombres cerca de Veracruz.
El General Santa-Anna volvió a la Capital después de una desastrosa retirada, y se puso al frente de la defensa nacional.
El ejército invasor avanzaba rápidamente asia la Capital, el terror era general, y todo el que podía se escapaba al interior del país o a las Haciendas [11] que estaban fuera del teatro de la guerra.
La conducta del Gral. Scott en Veracruz había sido tan cruel, que todos temían su entrada a la Capital. Mi padre, íntimo amigo de Santa-Anna, y como siempre unido a su gobierno, pensó que su familia debía ponerse a salvo, y se desidió el que nos fuéramos a pocas horas de la Capital, y cerca de la población de Toluca.
Allí tenía mi madre una hermana casada, cuyo marido desempeñaba un empleo del Gobierno en aquel Pueblo. .
Mi padre se quedó solo con mi hermano mayor y algunos criados, nosotras nos llevaron las nanas, y el cochero y llenas de tristeza, y derramando lágrimas, dejamos a nuestro amado padre enmedio del peligro.
Yo, allá en el fondo de mi corazón, y con un principio de egoísmo tan natural en el hombre, sentía una especie de gustillo al pensar que tal vez para siempre dejaba yo mis maestras del Hospital de Terceros, mis orejas de burro, y la lluvia de dedalazos que recibía cotidianamente mi pobre cabeza. Y así fue, no volví más allí, pero salí a los 10 años de mi edad, sin saber ni leer, ni escribir, sin saber dicernir si el Eterno Padre era S. José, o si San José era Jesucristo.
Había yo hecho mi primera comunión ¡a los ocho años! y la única impreción que me dejó fue el haber recibido un plato de Aleluyas [12] de parte de mi confesor. Así vi desaparecer mi infancia, así comensó mi adolecencia.
[1] En casa había cuatro nanas, todas nos sirvieron muchos años, pero Dolores fue la más fiel y murió a nuestro servicio después de 45· años de estar con nosotras.
[2] En México se usaba en esa época viagar en unos coches grandes cubiertos con una camisa de tela o lona y generalmente eran tirados por cuatro mulas.
[3] Eugenio Chavero es hoy Venerable de la Logia Escocesa establecida en México, y persona influente en el partido liberal.
[4] Cuartuchos en los pisos bajos que ocupan los obreros y la gente más miserable del pueblo.
[5] Tinagero es una especie de aparador sin puertas que están en las cosinas y adonde se ponen los trastos. En algunas casas las ponen en corredores interiores con tinajas finas y otros trastes que fabrican los Indios.
[6] En México se acostumbra, que en los primeros 9 días de la muerte de una persona no se ocupa de nada. la familia del finado y algunas ni reciben ni ven a nadie. Otras reciben y hacen tertulia en esos días; pero ésas son pocas.
[7] Nicho, especie de armario con cristales en que acostumbran en México poner a los Santos.
[8] Potreros, grandes llanuras que están a las orilla de la capital de México.
[9] María Cañete, una de las mejores artistas españolas que hemos tenido en el país.
[10] Castro, artista mexicano de gran mérito, generalmente hacía el gracioso, pero cuando representaba papeles de trájico lo hacía mejor. El Drama intitulado La carca jada, le valió ser coronado y ()btubo una verdadera ovación.
[11] Hacienda. Grandes propiedades de campo que en la República Mexicana suelen tener una estención de 10, 20 y hazta 30 legüas, como la Hacienda del Jaral, propiedad de la familia Moneada, que linda con tres departamentos del país.
[12] Aleluyas son unos dulces de leche dentro de unas cajitas de papel, que se dan en esa ocación.