Raíces

Un DC-3, el avión de los pioneros de Cancún

El extinto “Padre emocional de Cancún”, Antonio Enríquez Savignac, director de Infratur, Fonatur, y más adelante secretario de Turismo, hablaba de las aventuras que tuvo que pasar a bordo de los aviones del Banco de México, cuando a finales de 1967 esta institución le encomendó recorrer todas las costas de la República Mexicana para saber en dónde debía establecerse el proyecto turístico que aún no tenía el nombre de Cancún.

Aquel banquero posgraduado en la Universidad de Harvard, fallecido el 7 de febrero de 2007, platicaba parte de su extenso anecdotario y sobre todo de las vicisitudes que hubo de pasar cuando llegó a esta tierra de la cual surgiera el proyecto turístico más importante de Latinoamérica.

¿Cuándo fue la primera vez que tuvo contacto con Cancún?
Bueno, la primera vez vine de vacaciones con la familia. Llegamos a Isla Mujeres. Ahí estaba volando una empresa aérea que se llamaba Aeromaya, propiedad de Fernando Barbachano, que tenía unos aviones buenos para aquella época, turbohélices Hawker Siddley de 40 pasajeros, y volaban de Mérida a Isla Mujeres por allá del año 1965…

¿Pero en aquel entonces usted todavía no sabía que iba a hacer la investigación del Banco de México?
No, era el año de 1965 más o menos, antes de la investigación… Llegamos y nos hospedamos en el hotel Zazil-Ha y ahí estaba el licenciado José de Jesús Lima. De ahí hicimos una excursión en barquito con bastante mal tiempo y lluvioso, era un velerito que se llamaba el Puchubruja que tenía Rudy (Rodolfo Leal Moguel) de marinero; y lo que nos llamó la atención era que este marinero hacía de todo: se echaba al mar, sacaba caracoles, pescaba, preparaba el caldo en la playa, el pescado tikinchic, el ceviche de caracol, ¡delicioso!, un paraíso aunque estaba lloviendo, nublado y un poquito de frío, de cualquier manera era de llamar la atención la belleza del mar.

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“Rudy nos trajo a Punta Cancún. Cruzamos la bahía de Mujeres y venimos a pasar el día, a nadar y a comer aquí en Cancún, y obviamente la belleza del lugar era impresionante; pero también impresionante eran los tábanos y los moscos que estaban en su pleno apogeo.

Los descubridores de Cancún poco antes de iniciar un nuevo vuelo. Foto Archivo Rubén Zaldívar Carvajal

Esa fue la primera vez que vi Cancún, y ya en plan de venir con la encomienda de buscar zonas turísticas fue en cuestión de un año y medio, o dos años de estar viendo distintos lugares turísticos del mundo a ver cómo funcionaban Cuba, Miami, el Caribe, Jamaica, Bahamas, Puerto Rico o en España el desarrollo de las Baleares y la Costa del Sol.

En fin, conocer un poco el fenómeno turístico incluyendo Hawai y de ahí ya se fueron consolidando una serie de ideas para desarrollar el turismo, y por principio se llegó a la conclusión de que debía de concretarse en pocos desarrollos en vez de dispersar la inversión en todo el país, después vino la parte agradable que fue localizar ese sitio, y eso involucró volar durante más de un año en los aviones del Banco de México desde Tijuana hasta Tapachula.

¿Algún vuelo en el que le haya tocado algo feo?
¡Uuufff!.. Muchísimos. Desde que se nos apagaba un motor hasta otras…
Entrando a la ciudad de México, una noche en el DC-3, se nos cortó toda la comunicación. El piloto tuvo que entrar al valle de México en la total oscuridad y con un aeropuerto como el de la capital siempre congestionado, pero sin ninguna forma de comunicarle a la torre de control que estábamos ahí.

El piloto tuvo que sobrevolar la ciudad a muy baja altura y borrasear la torre de control un par de veces para que se diera cuenta de nuestra presencia y que nos hicieran señales.

Los pioneros de Cancún volaron miles de kilómetros a lo largo y ancho de la República Mexicana antes de definir el sitio exacto del Proyecto. Foto Archivo Rubén Zaldívar Carvajal.

Esperamos con nerviosismo hasta que por fin nos dieron luz verde, lo que significaba que ya habían ahuyentado a todo el mundo para poder entrar. Desde esa, de la Ciudad de México, hasta un despegue en Baja California Sur, en Mulejé.

Era una pista muy cortita para el avión. Logramos entrar pero a la salida (al día siguiente) los pilotos tenían miedo de que no pudiéramos despegar; claro que con la euforia, y además de que no íbamos a dejar un avión ahí toda la vida, decidimos salir, pero al llegar al final de la pista el avión todavía no tenía la suficiente velocidad para sustentarse, afortunadamente estábamos en alto… el avión se semi desplomó sobre el risco (roca el alto) de Mulejé y volvió a tomar altura; le confieso que se me desarrollaron dobles anginas (risas)…

CAPITÁN TORMENTA
Una vez seleccionado Cancún e iniciados los primeros trabajos, volábamos mucho con el DC-3 del Banco de México a Isla Mujeres.

En una ocasión llegamos y había un ciclón que estaba lejos pero la cola generaba todavía vientos fuertes. El capitán en aquel tiempo, el piloto del Banco de México de apellido Calderón (no recuerda el nombre) no quería entrar, porque había mal tiempo, pero como ya en varias ocasiones nos había dicho lo mismo, le pusimos el sobrenombre de ‘Capitán Tormenta’.

A sabiendas del apodo, y nada contento con él, se creció al castigo y pensó ahora voy a entrar, y cuando entró a la pista de Isla Mujeres que tiene vientos cruzados, pues un DC-3 se convierte en un papalote, y un viento de arriba de 15 nudos es mortal.

‘El Capitán Tormenta’ entró, y ya que se había perfilado y cortado la potencia de los motores, una ráfaga nos sacó de la pista y entonces tuvo que meterle potencia a los motores, clavarse literalmente y desplomar el avión y mientras hacía eso, se comió la mitad de la pista.

Antonio Enríquez Savignac, el “Padre emocional de Cancún”.

Todavía íbamos con velocidad, el capitán amarró los frenos y se paró literalmente sobre las llantas, nos fuimos quemando hule la mitad de la pista y afortunadamente se tronó la llanta derecha del tren de aterrizaje, porque eso obligó a la nave a hacer un viraje ligero a la derecha y a pararse, y quedamos a cinco metros de un poste que estaba clavado al final de la pista y que nos hubiera abierto como hojalata y además nos hubiéramos ido al mar con la panza del avión abierta. Se me quedó muy grabada la lección de que nunca hay que presionar a un piloto: el piloto es el que manda.

¿Cuántos viajaban en ese DC-3?
Como 14 personas y lo usábamos cuando veníamos con ingenieros, inversionistas, gente de la Comisión de Inversiones y del gobierno, a que conocieran y aprobaran este proyecto o vinieran a trabajar, y volábamos de México a Mérida. Ahí reabastecíamos combustible, y si el tiempo estaba malo, nos quedábamos en Mérida y veníamos por carretera o nos íbamos a Cozumel.

Así concluyó la entrevista con el “Padre emocional de Cancún”, realizada cinco años antes de su muerte. Hoy, una avenida de Cancún lleva su nombre.

Esta noticia fue modificada el 23 julio, 2019 11:59 pm

Francisco Verdayes Ortiz

Reportero especializado en temas de historia e identidad con 37 años de experiencia profesional

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Francisco Verdayes Ortiz