Fallece don “Cheto” Díaz, un prehistórico de Cancún
A los 96 años de edad, falleció el pasado sábado 13 de abril, don José Eduardo Díaz Aguilar al que toda su familia llama cariñosamente “Cheto”. Se murió don “Cheto” Díaz, corrió la voz a través de las modernas redes sociales, no obstante, poca gente sabe quién fue este hombre y su trascendencia en el devenir histórico de Cancún.
Don José Eduardo fue entrevistado por este servidor hace 13 años cuando contaba con 83 años. Don “Cheto” abandonó su natal Valladolid desde que tenía siete años de edad, motivado por las historias que se contaban de la costa de Quintana Roo.
Él quería ser chiclero como muchos de sus paisanos, pero su extrema juventud le negaba el trabajo, así es que buscó refugio en un rancho cocotero llamado Tankah, a unos siete u ocho kilómetros de las ruinas de Tulum.
Platicaba don “Cheto” que el dueño del rancho, don José González, tenía una hija muy pequeña y como no había quién la cuidara fue así como logró su primer trabajo: niñero.
El tiempo fue pasando y el jovencito se fue haciendo diestro en las labores propias del rancho y naturalmente, empezó a conocer la zona como a la palma de su propia mano.
DON CHETO AL RESCATE DEL PRESIDENTE
Fue una tarde de noviembre de 1939 –“Cheto” ya andaba en los 16 años– cuando al interior de la selva empezó a escuchar unos gritos desesperados, se trataba de un hombre que se había perdido del contingente que le acompañaba; después se sabría que él mismo había solicitado le dejaran solo y luego ya no supo cómo regresar.
Al atardecer de ese 30 de noviembre de 1939, “Cheto” también a gritos le pedía aquel fuereño que siguiera hablando para poder ubicarlo y así ocurrió, pues muy pronto lo tuvo a su lado.
“No era muy alto…. Estaba asustado y cansado y me pidió que lo ayudara a salir de allí ¿Hay algún rancho cerca? – me preguntó-. Sí, Tankah, ahorita lo llevo, respondí.
Cuando llegamos al rancho le atendieron muy bien, le dieron de beber y de comer y lo ayudaron en todo. Luego, el dueño del rancho me jaló y me preguntó:
– ¿“Cheto”, tú sabes quién es este señor?
– No, me estaba pidiendo ayuda y simplemente lo ayudé.
– Este señor es el ¡General Lázaro Cárdenas!
– ¿El presidente de México? Yo ni lo conocía…
El general Cárdenas no solo había sido el primer candidato a la Presidencia de la República que había visitado el entonces Territorio de Quintana Roo, también –ya con la envestidura de Presidente– fue el primer mandatario que recorrió las principales poblaciones de Quintana Roo a bordo del buque de guerra “Durango”, que en esa ocasión arribó a Isla Mujeres tres días antes.
EL PRESIDENTE CÁRDENAS VISITA A TULUM
Esa mañana del 30 de noviembre de 1939, el presidente Cárdenas visitó las ruinas de Tulum e inauguró un hotel que había mandado a construir el entonces gobernador del Territorio, general Rafael E. Melgar, promovido por el propio presidente de México.
Según consigna el libro “Un pueblo, un hombre” del escritor y poeta Luis Rosado Vega, editado en 1940, Cárdenas preguntó a su comitiva si existía algún poblado próximo, la respuesta fue sí: el rancho de Tankah, y alguien le advirtió que además de que el camino era malo, la noche acechaba.
El presidente Cárdenas caminó presuroso a tal grado que parte de sus hombres no resistieron el trote y se fueron rezagando, pero en el pecado llevaría la penitencia, pues al oscurecer, el primer mandatario ya no sabía para dónde jalar. Este extravío no aparece en el libro de Luis Rosado Vega y todo parece indicar que es una omisión intencional, pues la vida del jefe de la Nación estuvo en peligro.
“Mientras lo llevaba al rancho –decía don ‘Cheto’– el general Cárdenas iba platicando conmigo y se dio cuenta que no sabía quién era él, pero me explicaba que sus amigos no lo dejaban solo ni para ir al baño, así que les pidió que lo dejaran disfrutar de aquel paisaje, y así fue, lo dejaron solo.
“Al llegar al rancho, cuando Cárdenas se sintió seguro, me pidió maliciosamente que no les avisara nada a su comitiva, que no dijera nada sobre su paradero, y mientras todos buscaban angustiados entre la selva, el primer mandatario incluso se había recostado en una hamaca. Luego, transcurrido el tiempo, me indicó que en la parte más alta de un árbol colocara un trapo blanco, pues esa sería la señal de la presencia presidencial y así fue… a los pocos minutos la comitiva estaba ahí”.
Finalmente, luego de aquel anecdótico episodio, el presidente de México abordó la motonave “Vicente Guerrero” que lo llevaría al buque “Durango” que lo aguardaba en altamar, ya que al día siguiente tenía que estar en Chetumal, pero antes el primer mandatario de la Nación se despidió afectuosamente de aquel jovencito que gracias a su conocimiento de la zona había llegado a su rescate mucho antes que lo hiciera la escolta militar.
“Cárdenas me regaló un foco de mano (lámpara) y me dijo: cuando vayas a Palacio Nacional, nada más dices tu nombre y tendrás acceso a mí para lo que se te ofrezca. Pero nunca hice nada, nunca pedí nada, yo solo quise ayudar a un hombre perdido y resultó ser el presidente de México”.
LA TORCACITA
Años más adelante José Eduardo Díaz Aguilar, “Cheto”, a mediados de los años cincuenta, se estableció junto con su familia a la vera de la incipiente carretera a Puerto Juárez (hoy avenida López Portillo) y puso una tienda de abarrotes a la que bautizó como La Torcacita, en la confluencia de las calles 19 y la citada avenida.
Don “Cheto” fue propietario del cine “Colonial” que además de proyectar las películas del momento, también ofrecía funciones para “adultos”, con un éxito inusitado.